Express from waste
- Agustina Gallego Soto
- 3 ago 2017
- 2 Min. de lectura
Soy coleccionista de los papelitos que traigo de los viajes que hago. Me da pena tirarlos cuando vuelvo porque siento que así retengo algo de los momentos felices que pasan. Traigo mapas gastados, entradas de museos usadas, postales de los hoteles que amo, boletos de subte aplastados, anotaciones que surgen espontáneas. Hace unos meses me compré un cuaderno en donde hago collages con todo ese material cual niña de jardín de infantes y guardo mis recuerdos en forma de libros personales. Según mi carta natal, esa tendencia de no poder soltar, está dada por la posición de los astros así que no hay nadie a quien culpar por esa manía de acumular. Este año cuando estuve en NY con Simón, una de las noches fuimos a escuchar blues y de repente me acordé del Cielo. Ese lugar en el que de chica me dijeron que estaban los que ya se fueron y no piensan volver. Y entre melodía y melodía, escribí algo que no se parece en nada a lo que imaginaba antes cuando creía que ahí la gente literalmente flotaba o se divertía feliz saltando en acolchonadas nubes de algodón. Todos vestidos de blanco, bailando sin parar y protegidos por un padre bueno medio abuelo y con barba larga marrón. Quizás el hombre que cantaba esa noche en Terra Blues me hizo acordar a ese momento. Pero lo que escribí sobre el cielo esa noche, nada tiene que ver con esa época de Pequeños Ponies y Frutillitas multicolor.
Con letra indescifrable y diminuta, lo que escribí fue mas o menos lo siguiente:
El cielo me lo imagino así
Escuchando blues de un señor simpático que me hace sonreír tomando una copa de vino al lado de Simón.
El cielo me lo imagino así,
Conociendo a una beba que se llama Aurinha que duerme tranquila mientras sus papás festejan con amigos (y un piano) sus 3 meses de vida y felicidad en este planeta.
El cielo me lo imagino así,
Como una vuelta en bici derecho por la sexta avenida y después una siesta en el Central Park.
El papel no me alcanzaba para más pero seguro que hubiese seguido enumerando muchos de los momento que compartí en ese viaje con Simón. Creo que al final lo que pienso ahora sobre el cielo es lo mismo que 30 años atrás y se llama nada mas y nada menos que felicidad. Felicidad que no es más que la suma de momentos que quiero guardar. Quizás es un consuelo ingenuo, quizás es una teoría demasiado simple. Pero yo prefiero pensar que el Cielo del que tanto escuché hablar, son como los instantes de felicidad de acá pero llevados al máximo tiempo que existe, al que muchos llaman eternidad.












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